miércoles, 4 de mayo de 2011

UN VIEJO QUE LEÍA NOVELAS DE AMOR

de Luís Sepúlveda



Los nombres, en una obra en que escasean, son relevantes pues suponen una breve definición del carácter de cada uno. Éste es uno de los aspectos que más destacan de este texto porque son pocos los personajes que habitan en él. El protagonista de la obra los recibe de la unión de los nombres de dos de los “próceres de la independencia”, Antonio José Sucre y José Bolívar, como bien nos recuerda el dentista . Así, A. J. Bolívar Proaño se erige en libertador del pueblo colono a causa de las destrezas aprendidas de los shuar, que le permiten defenderse de la amenaza que supone la tigrilla. A la vez, Luis Sepúlveda no nos ha dejado muy claro en qué grupo de la sociedad, dividida en distintos colectivos en función de su grupo racial, lo podemos encuadrar. Los nuevos colonos constituyen la población de El Idilio, gentes de zonas agrarias que repoblaron la selva a cambio de una promesa incumplida de riqueza.

Tampoco podemos encuadrarlo en el grupo de los viejos colonos, que en el libro están representado por la figura del dentista, Rubicundo Loachamín. Análogo al típico “médico de pueblo”, acude dos veces al año para pasar consulta al pueblo. El dentista encarna a la perfección el concepto de “la cólera del español sentado” por su carácter, es decir, siempre se queja y pretende imponer sus ideas por encima de todas, pero no hace nada al respecto, salvo vociferar e insultar a quienes estén en desacuerdo. Por otra parte, su relación con el alcalde es nefasta y no pertenece tampoco a los indígenas shuar, quienes le recuerdan constantemente que es como uno de ellos pero no es de ellos . Por lo tanto, se define como un personaje de gran semejanza a los nuevos colonos, sin embargo, conoce la selva mejor que ninguno de ellos, porque sabe que no puede adaptar la selva a él, sino que él es quien tiene que adaptarse a ella.

La selva juega un papel muy importante en la obra. No sólo es el lugar donde transcurren las acciones principales de la obra, sino que Sepúlveda la ha querido transformar en un personaje más de la obra. Es la naturaleza pura, en estado bruto, imposible de dominar o controlar que impone un modo de vida que no evoluciona en el tiempo, lo que provoca que el tiempo no sea un valor importante en esta novela. Como consecuencia, las condiciones que se necesitan para sobrevivir y las habilidades que posee Bolívar también se ven implicadas en este concepto de “eternidad”: siempre son válidas y por tanto no han de modificarse. Por ello, a lo largo de la obra se nos ofrece poca información, y ninguna de forma directa, en la que se aluda a la época. Podemos aventurarnos a descifrar que transcurre a mediados del siglo XIX basándonos en datos sobre la post-colonización, el tipo de cartuchos y armas que se utilizan en la caza de la tigrilla o el hecho de que en las corruptas elecciones que se desarrollan, se nos habla de candidatos y no de partidos políticos.

Además de la personificación que hace de la selva, también funciona como ubicación siendo el territorio donde habitan los shuar quienes, poco a poco, se tienen que ir adentrando más debido a la destrucción de su hábitat, a causa de la nueva colonización: las industrias internacionales. La selva rodea la minúscula villa de El Idilio, un pueblo gobernado por un alcalde autoritario, ciego e ignorante . Sepúlveda muestra su rechazo a este tipo de gobernantes en la manera en que lo caracteriza y, de nuevo, en su apodo. Lo vemos en su físico, un hombre gordo que no para de sudar, en sus conductas como un político corrupto y en su mote: “La Babosa”, sobrenombre que pone de manifiesto toda la repugnancia que provoca a los habitantes de El Idilio. Le desprecian y le odian por su continua preocupación por recaudar más impuestos. El autor recurre al arquetipo del mal gobernante que se extiende por todo el continente, lo que universaliza la acción: es decir, en cualquier pueblo o nación ocurriría (y ocurre) algo similar con este tipo de políticos.

El enfrentamiento entre el alcalde y Bolívar se muestra desde el comienzo del texto: primero, cuando rechaza la acusación del alcalde a los shuar por la muerte del “gringo”; más adelante, cuando recuerda aquella ocasión en que le faltaron al respeto unos americanos en su casa, para después tener que recuperar el cadáver de uno de ellos, y por último, en la búsqueda de la tigrilla cuando le crítica que sea de “gatillo fácil”.


La visión que nos ha planteado el autor de la etapa postcolonial americana retrata una situación muy compleja: los antiguos territorios controlados por las metrópolis dejan de ser parte de sus imperios, por lo tanto, será la población autóctona la que se ocupe de gobernar cada nación, implantando sistemas democráticos. Esto implica que los antiguos poderes pasen a manos de nuevos políticos elegidos, en ocasiones, de forma poco transparente y que tienden a perpetuarse en el poder dando lugar a sistemas dictatoriales en muchos casos.

Por otra parte, la población vive en condiciones económicas y sanitarias muy duras, de modo que se ve impulsada a desplazarse de los núcleos urbanos hacia el interior, es decir, hacia la selva. Las nuevas colonias eran gobernadas por alcaldes nada democráticos, reflejo del clima político nacional, que apenas controlaban los gobiernos centrales. Sin embargo, las promesas de riqueza y prosperidad no se cumplen . La malaria es una de las muchas amenazas a las que sobreviven los colonos , pero también carecen de sistema educativo, de perspectivas de mejora económica, incluso de justicia.

Todo lo expuesto no supone que carezcan de valores morales: se aprecia en como tratan a quienes mueren. Es paradójico que cuanto mayor es el grado de “civilización”, de proximidad a mundo occidental, menor es el respeto por la vida. Los personajes que tratan al pueblo y a las tribus como “salvajes” son innecesariamente violentos y crueles. Por otra parte, la proporción se invierte cuando hablamos de las gentes de la selva: en teoría son menos civilizados y están menos formados académicamente hablando, en la práctica respetan más la selva en la que viven y las vidas de quienes la pueblan. Este aspecto se aprecia en cómo tratan los habitantes de El Idilio a los sucesivos cadáveres que van apareciendo. En otras palabras, los shuar representan el buen hacer y el respeto por los seres vivos, ya que siguen un ritual hasta para cazar que valora la vida que va a extinguirse, sin importar que sea animal o humana. Los buscadores de oro son la otra cara de la moneda y los restantes personajes se encuentran entre ambas posturas enfrentadas.

El universo que acabamos de describir se encuentra en equilibrio inestable, pues existe otra amenaza imparable que se cierne como una sombra sobre su modo de vida: la destrucción de la selva. En nuestra sociedad, en que el medio ambiente parece ser una causa perdida de la que nos acordamos cuando llega la hora de entregar los premios Nobel o el Príncipe de Asturias, no somos conscientes de hasta qué punto vivimos de espaldas a la Naturaleza. Hasta nuestras bicicletas piden asfalto en lugar de caminos y si no lo piden ellas, lo pedimos nosotros. Las excavadoras que empujan a los shuar hacia el interior de la selva (o lo que queda de ella) son hermanas de las que viven en plataformas petrolíferas en mitad de los océanos, de las que están llevando al polo para explorar los tesoros del subsuelo sin tener en consideración la biodiversidad que hoy lucha por sobrevivir sobre sus llanuras heladas, que también es riqueza.

Sepúlveda apela a nuestra conciencia para recordarnos que nuestro modo de vida “civilizado”, ”moderno” y supuestamente “sostenible” depende de la explotación impune, salvaje y perjudicial de ecosistemas que no nos pertenecen. Así, nos beneficiamos de la existencia de empresas que no respetan las leyes internacionales, de que haya gobernantes que se venden al mejor postor y de que se extingan tribus y especies… y todo sin ensuciarnos las manos. En lugar de vernos en las excavadoras, en la deforestación, deberíamos poder mirarnos en el espejo de los shuar: tristemente, ése no es nuestro caso.

Álvaro Álvarez ( 2º de Bachillerato A). Mayo 2011

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